Cuando Barry Gibb mira a sus costados en un escenario, lo único que ve son fantasmas. Los ve vestidos de blanco, de pelo largo, sonrientes. Los ve y les canta, pero nadie sabe que está hablando con los muertos.

“No me muestren imágenes de esa época”, dice. Está sentado a punto de dar una entrevista y no quiere ver el archivo de su pasado. Es el último sobreviviente de los Bee Gees y su imagen y su voz son un emblema para todos menos para él. Las imágenes de los setenta no significan momentos de gloria o alegría. No. Cuando Barry Gibb mira los tiempos de oro de su banda, lo único que siente es tristeza.
“Mi mayor arrepentimiento es que cada vez que perdí un hermano, estábamos en un momento de distanciamiento”, dice. “Y tengo que vivir con eso, y me la paso reflexionando. Veo un montón de señales que antes no veía. No sé por qué pero soy el último hombre en pie. Y nunca voy a entenderlo porque soy el mayor, así que no trato de entenderlo, simplemente sigo adelante”, dice entonces, cuando logra recomponerse para dar la entrevista.
Barry y sus hermanos (Maurice, Robin y Andy) nacieron en Manchester, en una familia trabajadora. Su padre era un baterista sin éxito que en 1958 decidió mudarse con su familia a Australia. “Australia es mi país, ahí está mi corazón. No hay como crecer allí”, dijo alguna vez Barry, pero no fue allí donde cosechó su éxito.
De jóvenes, solo una cosa les interesaba: ser famosos. Los tres mayores (Barry y los gemelos Maurice y Robin) lo tenían claro. El modo de alcanzarlo para ellos era evidente: la música. No les fue difícil, comenzaron a sonar en Australia y el sonido era tan característico que pronto llamaron la atención. El primer nombre de la banda fue “The Rattlesnakes”, más tarde se llamaron “Wee Johnny Hayes & the Bluecats”, y después llegaron a su nombre consagratorio. El responsable fue un tal Bill Gates -otro, no el de Microsoft- que los pasaba en la radio y un día, tras conocer a la familia de la banda, notó que había demasiados nombres con B y con G y los bautizó Bee Gees. El embrujo rindió sus frutos: nunca nadie olvidaría ese nombre.
De ahí, el ascenso fue permanente. En la década de los sesenta volaron a Inglaterra y uno de los primeros productores en aceptarlos -en Londres- fue nada menos que un ex productor de los Beatles, Robert Stigwood. Avezado en el mundo de la música, tuvo una idea osada: lanzar el primer sencillo del trío en Estados Unidos pero sin decir quiénes eran.
“Su truco era que todos creyeran que se tratara de los Beatles”, explica Barry. El estilo, algo en la voz, ese origen británico a pesar de todo podía propiciar la confusión. Pero la imagen, una vez que se vio, se despegaba absolutamente de los Beatles. Por entonces Barry -el líder de la formación- se afeitaba al ras y jugaba más con tonos románticos que bailables, pero la transformación llegó del todo unos años después.
Su éxito fue arrollador. “Estábamos en una burbuja. Estás ahí, pero no podés verla”, recuerda Barry. Además, él mismo se dedicaba a escribir canciones para otros artistas. En un momento, tres de las cinco canciones del Top Five de Estados Unidos habían sido compuestas por él. Las canciones se sucedían una con más éxito que la otra: How deep is your love, How Can You Mend a Broken Heart, To Love Somebody, Night Fever, Run to Me, Stayin’ Alive, Tragedy, Too Much Heaven, Alone, y muchas otras. En todas ellas resaltaba su marca registrada: el falsete de Barry Gibb.
“Ese grito me permitió hacer canciones enteras así, y de repente funcionó tan bien que todos querían que siguiéramos así. Tuvimos seis número uno seguidos con ese sonido”, cuenta. Unos años después, ya en 1983, llegó la película Stayin’ Alive, de la cual lo más recordado además de John Travolta probablemente sea la canción de los Bee Gees.

“Nadie nunca supo qué sentíamos realmente entre nosotros. Solo nosotros tres lo sabíamos. Era algo muy unificante, los tres nos volvimos una sola persona, con el mismo sueño. Eso es lo que recuerdo más que nada en la vida, y eso es lo que extraño más que nada en la vida”, recordó hace unos años en una entrevista en la que habló de sus hermanos.
El primero en morir fue Andy, el menor de los Gibbs, que no pertenecía a los Bee Gees. Llevaba una modesta pero exitosa carrera solista, y unos años antes de su fallecimiento había estado cerca de sumarse la banda de sus hermanos mayores. Tenía un estilo de vida que ni Barry conocía. Al final, su adicción a la cocaína le hizo fallar el corazón. Murió en 1988 a los 30 años.

Quince años después murió Maurice, a quien Barry siempre llamó “Moe”. Sufrió un repentino ataque al corazón. “Lo perdimos en 48 horas. De estar perfectamente saludable a estar muy grave y fallecer”, relata Barry. Nueve años después murió el último de sus hermanos: Robin. “La situación con Rob fue diferente porque siempre sentí que pasaba algo malo, pero él nunca quiso decir nada. Incluso hoy muchas personas cercanas a él piensan que fue algo diferente a lo que se sabe, como si no quisiéramos decirlo. Pero puedo asegurar que fue cáncer”.
Barry Gibb hoy. Tiene 75 años y es el único sobreviviente de los Bee Gees. Nunca pudo reponerse, al punto tal que decidió encerrarse en su casa y no salir más que para lo estrictamente necesario. Según contó, estuvo años encerrado, casi desde la muerte de Moe hasta el 2016, cuando su mujer lo obligó a salir adelante.
“La única manera en la que puedo lidiar es a través de la música. Amábamos la música, por eso lo hacíamos. Sabíamos que sonábamos genial, simplemente lo sabíamos. Amábamos el sonido de nuestras voces”, contó en otra entrevista en que le preguntaron por ellos.
El último de los Bee Gees de pie cumple hoy 75 años. Está solo, rodeado de canciones que a todos los demás los llena de alegría. Cada vez que sube a un escenario -dice- ellos están ahí. Los Bee Gees ya no volverán a sonar en vivo, lo sabe, pero aun piensa que no está solo, aunque su condena sea sentirse así.